viernes, 12 de julio de 2013

Declaraciòn pùblica de amor


 Un texto de los  años 80 que algunas, algunos quieren volver a leer y aparecerà pròximamente en la Antologia Catedrales Sumergidas de la Editorial Letras Cubanas.


Amo a este hombre que cabalgo, que monto sin arreos. Montura, brida, ni siquiera estribos para asalto. El duda y se defiende con su profesión de inconstante. ¡Tan masculino! Teme que mi galope impulse su estampida. Necesita garantías para el equilibrio. Es un hombre común, que guarda lo extraordinario, como sus olores, en los sitios más recónditos, donde habita el grito. Lo he vuelto a parir entre mis piernas aunque no me pertenece legalmente. Me he apoyado para ello en nuestra Constitución que no reconoce diferencias entre hijos legítimos e ilegítimos. Y he aceptado la clandestinidad para amarnos a pesar de que el partido, al cual pertenecemos los dos, está en el poder hace muchísimos años. No voy a decir por eso que nuestro amor sea ilegal. Quienes redactan leyes y estatus se han cuidado de contemplar el caso.
Antes de decidirme a amarlo sin condiciones, es decir, olvidando los principios de intercambio comercial, según los cuales no me conviene, pues carece de casa, cargos, carro y ni siquiera gana un alto salario, me persiguió el odio de la mujer del hombre que constituye mi penúltimo fracaso. Eso indica que soy reincidente. Reiteración explicable porque nunca he entendido por qué las esposas se ofenden con la otra y no con quien certificó, firma y cuño por medio, el culto único de su persona. De todas formas, porque alguna vez fui esposa, busqué todos los caminos de olvido; recorrí la galería de mis ex-amores, tomé unas burguesas vacaciones de huida, pero no tuve que consumir los tres tomos de El capital para sorprenderme un día, declarándole de la manera más cursi, que no podía vivir sin él.

Ya dije que no es un hombre extraordinario. Le teme a su mujer. A todos les ocurre. Es el recuerdo de los cocotazos propinados por la madre y el agradecimiento porque le debe mucho. Le debe el secreto de sus trastornos estomacales y la discreción de sus miedos más ocultos. Porque este hombre que amo, siente miedo como cualquier otro ser humano. Y miente como todos. No hace promesas vulgares, pero estimula sutilmente la ilusión de cosas que no van suceder nunca. Es un consuelo que se da a si mismo. El cree firmemente que son posibles. Otro consuelo más. No tiene apuros. ¡El colmo del autoconsuelo!. Está seguro de que vivirá cien años. Tal vez coquetea con la idea de morirse antes. Pero eso debió ser en su primera juventud. Hablo de un hombre de cuatro décadas de andar, las cuales han confirmado su vocación por la bondad.
El puede ser el hombre más bueno y generoso del planeta. Pero no le gusta que se lo exijan. En general no le gusta que le exijan nada. Sin embargo, si no tiene la presión de una pequeñísima exigencia tampoco esta conforme. El no está conforme ni con él mismo. Es muy violento el debate entre su audacia y su cautela. A pesar de ello, ha tenido logros que le producen cierta satisfacción. Despojarse del izquierdismo, por ejemplo.
No resulta ni original ni osado. Casi ninguno lo es ya para el amor. Busco cada mañana una nota en las macetas de mi ventana. Una pucha de romerillo. O una africana. El sabe que el chocolate me desquicia. Pero nada se le ocurre. Mi puerta sigue virgen en la madrugada sin que su mano la sorprenda o la viole. El prefiere anunciar telefónicamente sus visitas. Es toda una expresión de modernidad que permite confirmar la ausencia de testigos. Pienso que le asusta mi vehemencia. Creyó que quería atraparlo. Ninguno lo soporta abiertamente. Tal vez alguno de mis elocuentes mensajes le hizo recordar el peligro. Soy un caso peligroso, con antecedentes; no penales, más bien penosos. Pero atraparlo no era mi intención.
No quiero ser ni su amante ni su esposa. Cualquiera de las dos posiciones me resulta incómoda en nuestro momento histórico concreto. Le propuse ser su cómplice. Pero él, machista al fin, lo cambio por secuaz. No me importó. Hace tiempo eliminé la angustia a causa de la infidelidad masculina. Es una especie de vicio prehistórico sin remedio inmediato. Creo en la fidelidad, pero en otro sentido, cuando hayan desaparecido los absurdos que hoy la justifican. No se puede ser fiel a fetiches.
Aunque Dios tiene bastante responsabilidad en todo. Recordar aquello de la costilla, el pecado femenino.. .no es por obra y gracia del Espíritu Santo que los hombres no pueden resistirse ante unas abundantes nalgas de producción nacional. Observe que con las feas no funciona el papel de hombre. Estoy segura de que a causa de no haber sido favorita de la naturaleza a la hora de precisar mi dote femenina, me afilie en seguida a la idea de Marx (Manuscritos económicos y filosóficos, 1844) de que toda relación del hombre con el mundo, incluyendo con la mujer debe ser humana. Como se aprecia, he estudiado profundamente el problema. La conclusión fue tratar con mucha consideración a mis iguales diferentes de la especie, a quienes la evolución socio histórica del matriarcado para acá, potenció la animalidad. Ellos en realidad son tan desdichados como nosotras. Victimas-victimarios del proceso de alejamiento entre las dos mitades del mismo ser. Claro que lo tomaron a la ligera y se han divertido más, pero no han sido más felices. La evidencia es su vicio de infieles. Como no saben satisfacer a una mujer, deciden dejar insatisfechas a dos. Abogo por contribuir a humanizarlos.
Mi comprensión de tales fenómenos condiciona a la búsqueda de un encuentro cercano con este hombre que amo. Para colmo, poeta. Pero antes quiero despojarme de los condicionamientos biohistóricofemeninos que también contribuyen a embrollar la situación para llegar al amor sin consideraciones que no sean de amor. Es algo que debo conseguir para trascender a mi abuela. Quiero amar sin firmar contrato, sin la amenaza de los bienes gananciales, sin que me agradezcan los años de amor que he brindado, sin los ruegos amenazantes ¡tan femeninos! de lo que he aportado a su realización individual y lo mucho que sufrirán los niños.
Sucede que este hombre que amo, tiene la puñetera virtud de parecerse mucho al que espero para el ensayo. No digo que sea exactamente igual. Puede suceder que al final no se parezcan en nada. Esa prostituta que es la esperanza suele vestir de caballero andante a cualquier espantapájaros. Si eso ocurriera, no se lo confesaría nunca para no alterar su seguridad en si mismo. Creo, sin embargo, en el riesgo de su grandeza y de su alma que, sospecho, no ha sido entregada todavía. En nuestra época no hay tiempo para tales donaciones. Estamos muy ocupados en realizarnos socialmente. Si yo lograra conquistarle el alma, entonces a él no le apenaría ser visto por mí en las horas críticas del baño; ni tartamudearía cuando me lee los poemas que escribió para otra y vendría a verme aunque no estuviera dispuesto a la viril erección porque está cansado.
Ignora que amo su noble cansancio tras la vigilia por la felicidad de todos en mi país. Dije que este hombre guarda lo extraordinario, como sus olores, en los sitios más recónditos. Lo cual no lo exime de ser vanidoso. Esta seguro de que es masculinamente encantador y hay tanta puerilidad en ello que me conmueve. Es tan tonto que se enoja si le insinuó que se esta poniendo viejo. Y tan sensible que se le aguan los ojos contando lo indefenso que han vuelto los años a su padre. Nunca le hago preguntas.
Las abolí todas. ¿Quien tiene derecho a cuestionar la mitad de una vida cuando una ha llegado a ella en el último viaje y por lista de espera? en fin, no necesito un hombre para que me represente ni me deje una pensión cuando muera. Con todo eso puedo. Hasta con las broncas en defensa de la legalidad socialista o la insensibilidad de los funcionarios. Cuando él llegó estaba afianzada mi vocación comunista, pero es tan reconfortante que comprenda y comparta mis angustias del período de tránsito...
Como sentencian mis amigas, es egoísta para el amor, como todos los de su sexo; pero a diferencia de los más recalcitrantes del género, que no están en fase de extinción, es tierno, tímidamente tierno. Tanto que a fuerza de esconderla, la ternura a inundado los limites de su tristeza, para colorearlo de tristura. Descubrimiento que me mato una noche de diciembre. Desde entonces ocasiona orgasmos en mi alma. Y una encuentra con relativa felicidad quien los produzca en otros parajes, pero allí ¡Dios!, en ese abismo irrecorrible de una misma, solo quien habite la mitad vacía del cielo. Posee, además, el secreto de la lluvia. Basta su voz para que se desate el aguacero. Y me ha devuelto el susto. Ese frío que atraviesa el estómago como un cuchillo, conocido en la montaña rusa de la infancia, y la primera vez que una mano de varón apretó la mía.
Cierto que muchas veces he tratado de deshacer el lazo. No estoy dispuesta a participar voluntariamente en la moderna poligamia. En una de sus visitas a la guerra, lo declare formalmente sustituido. Pero regreso con un poema de amor. Si un hombre regresa de la guerra con un poema de amor es como para rendirle honores de mariscal victorioso en campaña. Volví a declararme vencida y saludé el modo macho con que resiste la tentación de mis demonios. ¿Qué Ochún me favorece y a estas horas estoy contigo? Respondió casi con alegría. No estoy segura, sin embargo, de que puede corresponderme con la misma intensidad. No es un problema volitivo. Lo lamento por él y el mundo.
Si me amara como lo amo, tendríamos fuerzas suficientes para evitar la guerra atómica y garantizar la paz universal. Por eso no justifico este amor clandestino, no imposible, pues existe con la desproporción poblacional de La Habana, donde resido, favorable a los hombres, ni son traumas de la niñez, la soledad, con quien me entiendo perfectamente. Ni quiero que crean que estoy pidiendo permiso para ser feliz. Derecho constitucional que tengo. Es que me han dicho tantas veces desde que nací, que un amor así, a puro amor, no es posible, que sentirlo me parece una noticia digna de recorrer el planeta, igual que si de pronto anunciaran que Reagan murió de un infarto. Al margen de que es un placer informar a los mediocres y timoratos, sin consultar a las personas honestas, de tales acontecimientos finiseculares.
No soy responsable de que las formas provistas por el adorable Engels en La familia, la propiedad privada y el Estado desde el siglo pasado, por cierto, hayan penetrado en mi conciencia. Si estoy al borde del comunismo en el amor, el caso debe ser analizado, en última instancia, como un salto, como una expresión del desarrollo del socialismo en Cuba. Pero no todas las personas evolucionan al mismo ritmo en la sociedad. Estoy dispuesta a evitar sufrimientos a terceras, cuartas y hasta quintas partes involucradas en el asunto. El es un ser muy amado y yo unidamente su secuaz. También quiero a las personas que lo aman y a quienes ama él; son como parientes por parte del amor. No se engañe nadie pensando que confieso impúdicamente mi vocación de cornuda. Quien lo piense no ha entendido nada. Es que supe desde temprano que no se expenden certificados de propiedad de los sueños.
Se que me van a acusar de provocadora. De no seguir la línea en relación con el cuidado de la familia. Mis enemigos -y enemigas- comentarán gozosos: "Ella siempre tuvo tendencias anarquistas"; los otros dirán simplemente: iQue puta! y no faltará quien se queje a mi núcleo; pero andan errados. Coincido en que la familia es la célula básica de la sociedad. El amor tiene que ser la célula básica de la familia. Si la familia que no reúne ese requisito está en crisis, me parece otro índice de desarrollo pues empezamos a dejar atrás la hipocresía del matrimonio burgués. Quiere decir que la revolución revoluciona en casa.
Es verdad que estos son tiempos de cambios difíciles. Tiempos duros. Mi amor lo sabe y lo sobrepasa sin pedir comprensión, como el héroe anónimo no reclama medalla en la victoria. Si este amor muriera por desamor de su mitad correspondiente auguro grandes cataclismos, pero que nadie se atreva a hablar de derrota. La victoria de este amor esta conseguida. Es su existencia. Su desprendimiento. Su valentía a prueba de designios guerreristas del enemigo, los prejuicios de los amigos de clase y las vacilaciones del amado, quien se escandalizará de esta declaración pública porque presume ser un hombre cuerdo, mesurado, pero energético, aunque esta un poco gordo.



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